viernes, 15 de diciembre de 2006

edgar allan poe


La
Carta Robada


Por
Edgar Allan Poe

Versión de Jorge Luis Borges


Nil sapientiae odiosius acumine nimio.

SENECA



EN
un desapacible anochecer del otoño de 18... me hallaba en París,
gozando de la doble fruición de la meditación taciturna y del nebuloso
tabaco, en compañía la de mi amigo C. Auguste Dupin, en su biblioteca,
au troisiéme, Nº 33 Rue Dunôt, Faubourg St. Germain. Hacía lo menos una
hora que no pronunciábamos una palabra: parecíamos lánguidamente
ocupados en los remolinos de humo que empañaban el aire. Yo, sin
embargo, estaba recordando ciertos problemas que habíamos discutido esa
tarde; hablo del doble asesinato de la Rue Morgue y de la desaparición
de Marie Rogêt. Por eso me pareció una coincidencia que apareciera, en
la puerta de la biblioteca, Monsieur G., Prefecto de la policía de
París.


Le
dimos una bienvenida sincera, porque el hombre era casi tan divertido
como despreciable, y hacía varios años que no lo veíamos. Estábamos a
oscuras cuando entró, y Dupin se levantó con el propósito de encender
una lámpara, pero volvió a sentarse sin haberlo hecho, porque G. dijo
que había venido a consultarnos, o más bien a consultar a Dupin, sobre
un asunto oficial que les daba mucho trabajo.


—Si
se trata de algo que requiere reflexión —observó Dupin, absteniéndose
de dar fuego a la mecha lo examinaremos mejor en la oscuridad.


Esa
es otra de sus ideas raras —dijo el prefecto, que llamaba raro a todo
lo que no comprendía, y vivía, por consiguiente, entre una legión de
rarezas.


—Es la verdad —respondió Dupin, ofreciéndole un sillón y una pipa.


—¿Cuál es el problema? —interrogué—, ¿otro asesinato?


—No,
nada de eso. El asunto es muy simple y no dudo que lo resolverán mis
agentes; pero he pensado que a Dupin le gustaría oír los detalles. Son
muy extraños.


—Extraños y simples —dijo Dupin.


—Y bien, sí. El problema es simple, y sin embargo nos desconcierta.


—Quizá es precisamente la simplicidad lo que los desconcierta.


—¡Qué desatinos dice usted! —exclamó el Prefecto, riendo efusivamente.


—Quizá el misterio es demasiado simple —dijo Dupin.


—Y ¿Cuál es, por fin, el misterio? —le pregunté.


—Se
lo diré a ustedes —contestó el Prefecto—. Se lo diré en muy pocas
palabras; pero antes de empezar, les advertiré que este asunto exige la
mayor reserva y que perdería mi puesto si llegara a saberse que lo he
divulgado.


—prosiga —dije.


—O no prosiga —dijo Dupin.


—Un
alto funcionario me ha comunicado que un documento de la mayor
importancia ha sido robado de las habitaciones reales. El individuo que
lo robó es conocido; lo vieron cometer el hecho, El documento sigue en
su poder.


—Cómo lo saben? —interrogó Dupin.


Lo
sabemos —contestó el Prefecto— por el carácter del documento y por el
hecho de no haberse ya producido ciertos resultados que surgirían si el
documento no estuviera en poder del ladrón.


—Sea usted un poco más explícito —dije.

—Bien, me atreveré a decir que ese documento otorga a su poseedor un
determinado poder en un determinado sector donde ese poder es
incalculablemente valioso. —El Prefecto era aficionado a la jerga de la
diplomacia.

—No acabo de entender —dijo Dupin.

—¿No? Bueno. La exhibición del documento a una tercera persona, que me
está vedado nombrar, afectará el honor de una persona de la más
encumbrada categoría. El honor y la libertad de esta última quedan,
pues, a merced del ladrón.


—Para ese chantage —observé— es imprescindible que el dueño conozca el nombre del ladrón. Quién se atrevería...


—El
ladrón —dijo el Prefecto— es el ministro D., que se atreve a todo. El
robo no fue menos ingenioso que audaz. El documento —una carta, para
ser franco— fue recibido por la víctima del posible chantage, mientras
estaba sola en la habitación real. Casi inmediatamente después entra
una segunda persona, de quien deseaba especialmente ocultar la carta.
Apenas tuvo tiempo para dejarla abierta como estaba, sobre una mesa. La
dirección quedaba a la vista. En este momento entra el ministro D.
Percibe inmediatamente el papel, reconoce la letra. observa la
confusión de la persona a quien ha sido dirigida y adivina el secreto.
Después de tratar algunas cuestiones, saca una carta algo parecida a la
otra, la abre, finge leerla y la coloca encima de la primera. Sigue
conversando, casi durante un cuarto de hora, sobre negocios públicos.
Al marcharse, toma de la mesa la carta que no le pertenecía. El dueño
legítimo lo vio pero, como se comprende, no se atrevió a decir nada en
presencia del tercer personaje. El ministro se fue, dejando la carta
suya, que no era de importancia, sobre la mesa.


—He aquí —me dijo Dupin— lo que usted requería: el ladrón sabe que el dueño sabe quién es el ladrón.


—Sí
—replicó el Prefecto—, y el ladrón ha abusado de ese poder, en los
últimos meses. La persona robada se convence cada día más de la
necesidad de recuperar la carta. Pero esto, como usted comprenderá, no
puede hacerse abiertamente. Al fin, desesperada, me ha encomendado el
asunto.


—Y ¿quién puede desear —dijo Dupin, arrojando una bocanada de humo—, o siquiera imaginar, un agente más sagaz que usted?


—Usted me colma —respondió el Prefecto—, pero entiendo que muchos opinan así.


—Es
evidente —dije— que la carta sigue en posesión del Ministro: en esa
posesión está su poder. Vendida la carta, el poder termina.


—Es
verdad —dijo G.—. De acuerdo a esa convicción he obrado. Lo primero que
hice fue ordenar una busca minuciosa en la casa del Ministro; la
dificultad consistía en que él no se enterara. Me han advertido que
cualquier sospecha puede ser peligrosa.


—Pero —dije— usted es un especialista en esas tareas. No es la primera vez que la policía de París acomete empresas análogas.


—Ya
lo creo, y por eso no he desesperado. Además, las costumbres del
Ministro facilitaron las cosas. Es muy común que falte de su casa toda
la noche. Tiene pocos sirvientes. Duermen lejos de las piezas de su
patrón y, como son napolitanos, es fácil embriagarlos. Como usted sabe,
tengo llaves que pueden abrir todos los gabinetes de París. Hace tres
meses que no he dejado pasar una noche sin dirigir personalmente el
examen de la casa de D. Mi honor está empeñado y, para revelar un gran
secreto, la recompensa es enorme. No abandonaré la partida hasta
convencerme de que el ladrón es todavía más astuto que yo. Creo haber
examinado todos los rincones y todos los escondrijos en los que puede
estar oculto el papel.


—¿Pero es posible —exclamé— que la carta siga en poder del Ministro, y que éste no la guarde en su propia casa?


—Es
apenas posible —dijo Dupin—. El estado actual de los asuntos de la
corte, y especialmente de esas intrigas en las que D. está envuelto,
hacen que la inmediata accesibilidad del documento sea no menos
importante que su posesión.


—Cierto
—observé—. El documento no puede estar escondido muy lejos; sin
embargo, excluyo la posibilidad de que el Ministro lo lleve consigo.


—Desde luego —dijo el Prefecto—. Ha sido atacado dos veces por salteadores falsos, y rigurosamente registrado bajo mi vista.


—Usted
podía haberse ahorrado ese trabajo —dijo Dupin—. Presumo que D. no es
un insensato. Tiene que haber previsto esa táctica.


—No será un insensato —dijo el Prefecto—. Pero es un poeta, lo que no es muy distinto.


—Cierto —dijo Dupin—, aunque yo mismo haya cometido algunas rimas.


—Refiéranos los detalles de la investigación —propuse yo.


—He
aquí los hechos: tomábamos nuestro tiempo y buscábamos por todas
partes. Tengo mucha experiencia en estos asuntos. Recorrimos el
edificio, cuarto por cuarto, dedicando una noche entera a cada uno.
Examinamos primero los muebles. Abríamos todos los cajones. Supongo que
usted sabe que para nosotros no hay cajones secretos. Sólo un imbécil
puede no descubrir un cajón secreto.


El
asunto es muy simple. Cada escritorio tiene una capacidad determinada,
fácil de calcular. Hay normas muy precisas. No se nos escapa una línea.
Después tomamos las sillas. Investigamos los almohadones con esas
largas agujas que ustedes me han visto emplear. Desarmábamos las mesas.


—¿Por qué?.


—A
veces la persona que desea ocultar un objeto levanta una de las tablas
de la mesa, hace una cavidad en lo alto de la pata, deposita adentro el
objeto y repone la tabla. Suele hacerse lo mismo con las perillas de
las camas.


—¿Pero no suenan a hueco esos muebles? —pregunté.


—De ningún modo, si la cavidad se rellena con algodón. Además, teníamos que bajar sin hacer ruido.


—Pero
ustedes no pueden haber desarmado todos los muebles. Con una carta
puede hacerse un delgado cilindro en espiral, una especie de aguja, que
puede introducirse en el travesaño de una silla. ¿Ustedes no desarmaron
todas las sillas?


—Creo
que no; pero hicimos algo mejor: examinamos los travesaños de cada
silla, y todas las junturas, con un poderoso microscopio. Hubiéramos
notado inmediatamente cualquier reajuste. Una partícula de aserrín
hubiera sido tan visible como una manzana.


—Supongo
que ustedes registraron cada espejo, entre el cristal y el marco, y las
camas y la ropa de cama, y, también las cortinas y las alfombras.


—Por
supuesto; y cuando acabamos con los muebles, registramos el edificio.
Dividimos toda la superficie en compartimentos, que numeramos, para
evitar omisiones. Después registramos el terreno y las dos casas
contiguas, con el microscopio, como siempre.


—¡Las dos casas contiguas! —exclamé—. Ustedes han trabajado muchísimo.


—Muchísimo; pero la recompensa que ofrecen es prodigiosa.


—¿Examinaron también el terreno de las casas?


—Todo el terreno está enladrillado; nos dio poco trabajo. Examinamos las junturas de los ladrillos y estaban intactas.


—¿Examinaron lo Papeles del ministro y todos los volúmenes de la biblioteca?


—Por
cierto; abrimos todos los paquetes y legajos; no sólo abrimos todos los
libros: los examinamos hoja por hoja. Medimos también el espesor de
cada encuadernación, con la más cuidadosa exactitud, empleando siempre
el microscopio. Si cualquiera de las encuadernaciones hubiera sido
tocada para ocultar la carta, lo habríamos notado inmediatamente.


—¿Registraron el suelo, bajo las alfombras?


—Removimos todas las alfombras y revisamos los bordes con el microscopio.


—¿Y el empapelado?


—También.


—¿Registraron los sótanos?


—Sí.


—Entonces —dije— ustedes se han equivocado, la carta no está en la casa del Ministro.


—Temo que tenga usted razón —dijo el Prefecto—. Y ahora, Dupin, qué me aconseja?


—Volver a revisar la casa del Ministro.


—Es absolutamente innecesario —respondió G.—. Estoy seguro de que la carta no está en la casa.


—Pues no tengo mejor consejo que darle —dijo Dupin—. Tendrá usted, como es natural, una precisa descripción de la carta.


—Ya lo creo.


El Prefecto sacó la cartera y nos leyó en voz alta una descripción de la carta robada. Poco después se fue, abatidísimo.


Al
mes siguiente volvió a visitarnos, casi a la misma hora. Tomó una pipa,
se dejó caer en un sillón y cuidadosamente habló de cosas banales. Por
último, le dije:


—Y bien, G., ¿qué hay de la carta robada? —Se ha convencido usted de que es imposible sorprender al Ministro?


—Que el diablo se lo lleve: así es. Seguí el consejo de Dupin, revisé la casa, pero todo fue inútil.


—¿A cuánto asciende la recompensa? —preguntó Dupin.


—A
una gran cantidad. A una suma muy importante. No quiero decir cuanto
precisamente, pero diré una cosa: estoy listo a firmar un cheque por
cincuenta mil francos a quien me dé la carta.


—En
tal caso —dijo Dupin, abriendo un cajón y —sacando un libro de
cheques—, hágame un cheque por la cantidad mencionada. Cuando lo haya
firmado le entregaré la carta.


Quedé
atónito. El Prefecto, durante algunos minutos, permaneció en silencio e
inmóvil, mirando fascinado a Dupin. Después, como volviendo en sí, tomó
temblorosamente una pluma, llenó el cheque y lo entregó a Dupin. Este
lo examinó sin apuro, y lo depositó en su cartera; luego, abriendo un
escritorio, sacó una carta y la puso en manos de G. Este se abalanzó
sobre ella con éxtasis, la abrió, la contempló largamente y, sin una
palabra, sin un saludo, salió del cuarto de la casa, transfigurado.


Cuando nos quedamos solos, mi amigo entró en explicaciones.


—La
policía de París —dijo— es muy eficaz. Es perseverante, ingeniosa y muy
versada en los conocimientos que sus tareas exigen. Así, cuando G. nos
detalló su modo de registrar la casa del Ministro, no puse en duda la
perfección de ese trabajo, dentro de sus limitaciones.


—¿Dentro de sus limitaciones?


—Sí
—dijo Dupin—. Las disposiciones adoptadas eran las mejores; su
ejecución, perfecta. Si la carta hubiera estado al alcance de la
búsqueda, los agentes la habrían descubierto.


Me sonreí; pero mi amigo prosiguió con evidente seriedad.


—Las
disposiciones y la ejecución eran perfectas; pero no eran aplicables ni
al caso ni al hombre. Una serie de recursos muy ingeniosos son para G.
una especie de lecho de Procusto, que deforma todos sus planes.
Continuamente se equivoca por exceso de profundidad o de
superficialidad, y muchos escolares razonan mejor que él. "Me acuerdo
de una, de ocho o nueve años, cuyo éxito en el juego de pares e impares
provocaba unánime asombro. Este juego es muy simple; se juega con
bolitas. Un jugador tiene en la mano unas cuantas bolitas y pregunta a
otro si el número es par o impar. Si éste adivina, gana una bolita; si
no, pierde una. El niño de que hablo ganaba todas las bolitas de la
escuela. Tenía, por supuesto, un procedimiento: se fundaba en la
observación de la mayor o menor astucia de los contrarios. Por ejemplo,
el contrario es un imbécil. Levanta la mano y pregunta: ¿Son


pares
o impares? El niño dice impares y pierde, pero gana la segunda vez,
porque reflexiona: en la primera jugada el tonto puso un número par y,
su pobre astucia apenas le alcanza para poner impares en la segunda;
apostaré a que son impares. Apuesta y gana. Con un adversario algo
menos tonto, hubiera razonado así: éste, para la segunda jugada, se
propondrá una mera variación de pares a impares, pero en seguida
pensará que esta variación es demasiado evidente y, finalmente, se
resolverá a repetir un número impar; apostaré a impar. Apuesta y gana.
Ahora, ¿en qué consistía el procedimiento de este niño a quien llamaban
afortunado los compañeros?


—Consistía —dije— en la identificación de su inteligencia con la del contrario.


—Así
es —dijo Dupin— y cuando le pregunté cómo lograba esa identificación,
me respondió: cuando quiero saber lo inteligente, lo estúpido, lo
bueno, lo malo que es alguien, o en qué está pensando, trato de que la
expresión de mi cara se parezca a la suya y luego observo los
pensamientos y sentimientos que surgen en mí. Esta; contestación del
niño contiene toda la sabiduría que se atribuyen La Rochefoucauld, La
Bruyére, Maquiavelo, Campanella.


—Y esa identificación —dije— depende, si no me engaño, de la precisión con que se adivina la inteligencia de otro.


—En
efecto —dijo Dupin—, G. y sus hombres fracasan porque nunca toman en
cuenta el tipo de inteligencia del adversario; se atienen a su propia
inteligencia, a su propia astucia; cuando buscan un objeto escondido,
se guían fatalmente por los medios que ellos habrían empleado para
esconderlo, En general no se equivocan; su astucia es la del vulgo.
Pero cuando la astucia del delincuente difiere de la de ellos, éste,
por supuesto, los derroca. Así ocurre cuando esa astucia excede a la de
ellos, y, a veces, cuando es inferior. Sus principios de investigación
no varían; cuando es extraordinario el estímulo, cuando les ofrecen una
gran recompensa, exageran las prácticas habituales, sin modificar los
principios. Por ejemplo, en el caso del Ministro, ¿qué variación
ensayaron? Ese escrutinio numerado, clasificado y microscópico ¿qué es
sino la exageración del principio, o serie de principios de busca, que,
siempre ha ejercido el Prefecto, en la larga rutina de su deber? Ha
postulado que, ante el problema de esconder una carta, todos los
hombres recurren, sino precisamente a una cavidad hecha por un taladro,
a un subterfugio análogo. Ahora bien, los escondrijos de ese tipo
corresponden a ocasiones comunes y a inteligencias comunes; pues, en
todos los casos de ocultación de un objeto, los pesquisantes presumen
que ha sido escondido de esta manera, y el descubrimiento depende, no
de la perspicacia, sino del mero cuidado, paciencia y perseverancia; y
cuando el caso es importante —o lo que significa lo mismo para la
policía, cuando la recompensa es considerable—, siempre se descubre el
objeto. Por eso dije que si hubieran escondido la carta en el sector
previsto por la investigación del Prefecto —vale decir, si el método
seguido en la ocultación hubiera sido el método seguido en la
pesquisa—, el descubrimiento habría sido inevitable. El Prefecto, sin
embargo, ha sido burlado; y la causa remota de su fracaso es la
suposición de que el Ministro es un imbécil, porque ha logrado fama de
poeta. Todos los imbéciles son poetas; así lo siente el Prefecto e
incurre en una non distributio medii al inferir que todos los poetas
son imbéciles.


—Pero
¿se trata del poeta? —pregunté—. Son dos hermanos ambos de renombre en
las letras. Entiendo que el Ministro ha escrito sobre el cálculo
diferencial. Es matemático, no poeta.


—Usted
se equivoca. Lo conozco bien: es ambas cosas. Como poeta y matemático
habría razonado bien. Como simple matemático, no habría razonado, y
estaría a merced del prefecto.


—Esas
opiniones —le dije— contradicen la exposición del mundo. Siempre se ha
pensado que la razón matemática es la razón por excelencia.


—Il
y a à Parier —dijo Dupin, citando a Chamfort— que toute convention
recue est une sottise, car elle a convenu au plus grand nombre. Concedo
que los matemáticos han hecho todo lo posible para divulgar ese error.
Con un arte digno de mejor causa, han introducido el término análisis
en el álgebra. En este caso particular, los responsables somos los
franceses; pero si las palabras tienen alguna importancia, si el uso
les da algún valor, análisis tiene tanto que ver con álgebra como, en
latín, ambitus con ambición, religio con religión, homines honesti con
un conjunto de hombres honestos.


—Usted va a tener una polémica —dije— con todos los algebristas de París, pero continúe.


—Niego
la validez y, por consiguiente, el valor de una razón que se cultiva de
una manera que no sea la abstractamente lógica. Las matemáticas son la
ciencia de la forma y de la cantidad; el razonamiento matemático no es
otra cosa que la lógica aplicada a la observación de la forma y de la
cantidad. El error consiste en suponer que las verdades de lo que
llamamos álgebra pura, son verdades abstractas o generales. Y este
error es tan evidente que me asombra la unanimidad con que ha sido
aceptado. Los axiomas matemáticos no son axiomas de verdad general. Lo
que es verdad respecto a las relaciones de forma y cantidad suele ser
falso respecto a la ética, por ejemplo. En esta última ciencia es
generalmente incierto que la suma de las partes sea igual al todo. En
química el axioma falla también. Falla en la consideración de motivos;
pues dos motivos, cada uno de un valor dado, no tienen necesariamente,
cuando se los une, un valor igual a la suma de sus valores
individuales. Hay muchas otras verdades matemáticas que sólo son
verdades dentro de los limites de la relación. Pero el matemático
infiere, de sus verdades finitas, todo un sistema de razonamientos,
como si esas verdades fueran de aplicabilidad general, según la opinión
de la gente. Bryant, en su muy erudita Mitología, menciona una
equivocación análoga cuando dice que "aunque las fábulas paganas no son
creídas, lo olvidamos continuamente y sacamos conclusiones de ellas".
Los algebristas, todavía más equivocados, creen en sus fábulas paganas
y sacan conclusiones, no tanto por un defecto de su memoria, como por
inexplicable confusión mental. En una palabra, no he conocido un
algebrista que pudiera alejarse sin riesgo del mundo de las ecuaciones
o que no profesara el clandestino artículo de fe de que (a + b)² es
incondicionalmente igual a a² + 2 a b + b² . Diga usted a uno de esos
caballeros que, en ciertas ocasiones, (a + b)² puede no equivaler
estrictamente a a² + 2 a b + b², y antes de acabar su explicación eche
a correr para que no lo destroce.


—Quiero
decir —prosiguió Dupin— que si el Ministro hubiera sido un simple
matemático, el Prefecto no me habría entregado este cheque. Yo sabía,
sin embargo, que era matemático y poeta, y me atuve a esa doble
capacidad. Lo conocía como cortesano, también, y como un audaz
intrigant. Un hombre así, pensé, no podía ignorar los modos habituales
de la policía. No podía no prever los atracos a que sería sometido.
Tiene que haber previsto, reflexioné, los secretos exámenes de su casa.
Comprendí que sus frecuentes ausencias eran deliberadas: el propósito
era facilitar los registros, convencer a la policía de que la carta no
se hallaba en su casa. Comprendí que D. había seguido un razonamiento
análogo al mío sobre los invariabIes principios de la policía para
buscar objetos ocultos.


Ese
razonamiento le haría desdeñar todos los escondrijos posibles. No podía
ignorar que los rincones más intrincados y remotos serían evidentes a
los ojos, a las sondas, a los barrenos y a los microscopios del
Prefecto. Vi que la necesidad y la reflexión le aconsejarían el empleo
de un recurso muy simple.


—Hay
un juego de niños —continuó Dupin— que se juega con un mapa. Un jugador
pide a otro que encuentre una palabra determinada —el nombre de una
ciudad, de un río, de un estado o imperio—, una de las palabras, en
fin, que registra la abigarrada y confusa superficie del mapa. El
novicio trata de confundir a su adversario eligiendo nombres impresos
en letra diminuta. Pero los expertos eligen palabras impresas en
enormes letras. Estas, de tan evidentes que son, resultan
imperceptibles. Tal vez, ante el problema de la ocultación de la carta,
el Ministro había seguido un criterio análogo.


Una
mañana me puse unos anteojos ahumados y me presente en casa del
Ministro. Lo encontré bostezando, haraganeando y fingiendo tedio. Es,
quizá, el hombre más enérgico de París, pero sólo cuando nadie lo ve.


Para
no ser menos, me quejé de la debilidad de mi vista y deploré la
necesidad de usar anteojos. Mientras tanto, examiné cautelosamente la
pieza.


Examiné
con atención especial una gran mesa de trabajo en la que había unas
cartas, unos papeles, uno o dos instrumentos musicales y algunos
libros. Ahí sin embargo nada suscitó mis sospechas.


Mis
ojos, ya recorrido todo el cuarto, dieron con una miserable tarjetera
de cartón, que pendía de una cinta azul, sobre la chimenea. En esa
tarjetera, que tenía tres o cuatro compartimentos, había unas cuantas
tarjetas de visita y una sola carta. Esta última estaba arrugada y
manchada. Estaba casi partida en dos, por la mitad; como si alguien
hubiera querido romperla y luego hubiera cambiado de propósito. Tenía
un gran sello negro, con el membrete de D. muy visible, y estaba
dirigida, con diminuta letra de mujer, al mismo D. Estaba metida de un
modo negligente, casi desdeñoso, en uno de los compartimentos
superiores. Apenas miré esta carta comprendí que era la que buscábamos.
Es verdad que difería totalmente de la que había descripto el Prefecto.
El sello no era ni pequeño ni rojo ni ostentaba las armas de la familia
de S.: era grande y negro, con el membrete de los D. El sobre estaba
dirigido al Ministro, con diminuta letra de mujer; el de la carta
original estaba dirigido a una persona de la casa reinante, con
ostentosa letra de hombre; sólo coincidía el tamaño del sobre. Pero lo
simétrico de esas diferencias, que era excesivo; las manchas, lo roto y
sucio del papel, tan incompatibles con las costumbres metódicas del
Ministro y tan sugestivas de un propósito de insinuar al observador la
total insignificancia del documento; estas cosas, digo, y su deliberada
exhibición a la vista de todos, corroboraron mis sospechas. Prolongué
mi visita y, mientras discutía con D. un tema que invariablemente le
interesaba, no dejé de observar la carta. Aprendí, de memoria su
apariencia y su disposición en el tarjetero; ese examen intermitente me
permitió descubrir un detalle que eliminó mis últimas dudas. Vi que los
filos del papel parecían muy chafados. Tenían la apariencia de un papel
rígido cuyos dobleces han sido invertidos. Este descubrimiento me
bastó. La carta había sido dada vuelta como un guante, de adentro para
afuera.


Le hablan puesto una nueva dirección y un nuevo sello.


Saludé
al Ministro y me fui, olvidando sobre la mesa una caja de oro, para
rapé. Al día siguiente fui a buscarla y renovamos la conversación de la
víspera. Bajo la ventana, en la calle, sonó un disparo, seguido por
gritos de terror. D. se precipitó a la ventana, la abrió y miró hacia
la calle; aproveché ese instante para cambiar la carta del tarjetero
por un facsímil que había preparado en casa.


El
tumulto había sido ocasionado por un hombre con un fusil; había hecho
fuego en medio de la calle. Probó, sin embargo, que el arma estaba
descargada y le permitieron que siguiera su camino como a un lunático o
a un ebrio. Al poco rato me despedí. El supuesto lunático era,
naturalmente, un empleado mío.


—Pero
¿qué propósito tenía usted —pregunté— para reemplazar la carta por un
facsímil? ¿No hubiera sido mucho mis simple apoderarse de ella en la
primera visita?


—El
Ministro —replicó Dupin— es inescrupuloso y valiente. Además, no carece
de seguidores fieles. El acto que usted me sugiere podía haberme
costado la vida. Otros fines me obligaban a ser prudente. Usted conoce
mi tendencia política: en este asunto he obrado como partidario de la
dama comprometida. Durante dieciocho meses el Ministro la ha tenido en
su poder; ahora, ella lo tiene en su poder. D. ignora que le han sacado
la carta y continuará con sus exigencias. El mismo será, de este modo,
el artífice de su ruina política. Su caída, además, no será más abrupta
que torpe. Es muy común hablar del facilis descensus Averni; pero en
todas las cuestas, como la Catalani dijo del canto, es más arduo bajar
que subir. En este caso, no tengo simpatía ni piedad por el que
desciende. Es el monstrum horrendum, es el hombre genial,
inescrupuloso. Confieso, sin embargo, que me gustaría ver su reacción
cuando, desafiado por la persona a quien el Prefecto llama "de la más
encumbrada categoría se vea obligado a abrir la carta que he dejado en
el tarjetero.


—¿Cómo? ¿Usted no dejó sobre vacío?


—No,
eso hubiera sido injurioso. D., en Viena, me Jugó una mala jugada y yo
le dije, con todo buen humor, que no la olvidaría. Pensé que le
interesaría conocer la identidad de la persona que lo había derrotado;
le dejé un indicio. D. conoce mi letra; me limité a escribir, en medio
de la página, estas palabras:




—Un deisein si funeste,


S'il n'est digne d'Atrée, est digne de Thyeste.




Pertenecen a la Atrea, de Crébillon.


(Collected Works, 1850)




sábado, 2 de diciembre de 2006

premisas


  1. La primera vez que me engañes la culpa será tuya; la segunda vez,
    la culpa será mía.

  2. Quien no comprende una mirada tampoco comprenderá una larga
    explicación
  3. los árboles más viejos dan los frutos más dulces

...sobre el miedo..

El miedo es mi compañero más fiel, jamás me ha engañado para irse con otro.w.allen
Sólo una cosa vuelve un sueño imposible: el miedo a fracasar.p.coelho
Para el que tiene miedo, todo son ruidos. sofocles

Si tengo frío me caliento, si tengo miedo, que no lo tengo, susurro y pienso.

Nada revela mejor el carácter de un hombre que una chanza tomada a mal.

Donde una vez estuvo el límite de la ciencia ahora está en el centro
Aquel hombre era tan inteligente que casi no servía para nada en el mundo.
La mosca que no quiere ser cazada está más segura cuando se posa en el cazamoscas.
Los malos escritores son los que intentan expresar sus débiles ideas en el lenguaje de los buenos.

jueves, 30 de noviembre de 2006

Fira de l'Avet d'Espinelves

http://www.firesifestes.com/Fires/F-Avet-Espinelves.htm

Siempre hay una jornada fuera de serie

Siempre hay una jornada fuera de serie
en que uno logra sentirse sereno
pero está lejos de ser una canonjía
ya que la serenidad no es el mejor
de los estados posibles e imposibles

hoy por ejemplo tomo distancia
con respecto a las cosas y a mi mismo
y no por eso echo al olvido
qué joda era qué bueno era
estar adentro del entrevero

después de todo la famosa
serenidad es una isla
autorizada comonó
y legal
aunque rodeada inexorablemente
por emociones clandestinas

todavía me siento un poco incómodo
en mis primicias de sereno
como quien entra en un traje nuevo
que tiene bajas las hombreras

pero el cuerpo y el alma son
animalitos de costumbres
mañana la incomodida
será menor y en pocos días
me habré habituado a estar sereno

eso me llena a veces de alegría
es claro que se trata de una alegría serena
y en consecuencia uno no sale a dar abrazos
ni pega gritos ni le canta al cielo
a lo sumo archiva caricias y otros prólogos
por estricto orden cronológico

también llega a invadirme el desconsuelo
pero se trata de un sereno desconsuelo
y por lo tanto nadie solloza
ni dice mierda
ni putea

sencillamente como un modesto mago
de rojo circo de domingo
o de feria
tomo los naipes del amor
los bajajo con parsimonia
y en las narices del viejo público
que es como hacerlo en mis narices
mágicamente los transformo
en nuevos naipes de amistad

lo único extraño viene a la noche
pues se presume que un sereno
ha de dormir serenamente
pero yo paso horas y horas
mirando el techo

o sea que
no sé hasta cuando estaré sereno
porque la calma ya no da abasto

hay que confiar y yo confio
que no hay mal que dure
cien años

ahora vale la pena

Ahora vale la pena.

Dios

se quedó dormido.



Todos sabemos que esto

no es

definitivo

que es una suerte loca

quizá un
breve

delirio.



Ahora vale la pena

vivir

aunque haga frío

aunque la tarde vuele.

O no vuele.

Es lo mismo.



Ahora sí

pero luego

si Dios no se despierta

qué pasará

diosmío.

el que pasa

Paso que pasa

rostro que pasabas

qué más quieres

te miro

después me
olvidaré

después y sólo

solo y después

seguro que me olvido.



Paso que pasas

rostro que pasabas

qué más quieres

te quiero

te quiero sólo
dos

o tres minutos

para quererte más

no tengo tiempo.



Paso que pasas

rostro que pasabas

que más quieres

ay no

ay no me tientes

que si nos
tentamos

no nos podremos olvidar

adiós.

sucede que me canso de ser

El falsacionismo, refutacionismo o principio de falsabilidad es una corriente epistemológica fundada por el filósofo austríaco Karl Popper. Para Popper, constatar una teoría significa intentar refutarla mediante un contraejemplo. Si no es posible refutarla, dicha teoría queda corroborada, pudiendo ser aceptada provisionalmente, pero nunca verificada. Dentro del falsacionismo metodológico, se pueden diferenciar el falsacionismo ingenuo inicial de Popper y el falsacionismo sofisticado de la obra tardía de Popper y la metodología de los programas de investigación de Imre Lakatos.

El problema de la inducción nace del hecho de que nunca podremos afirmar algo universal a partir de los datos particulares que nos ofrece la experiencia. Por muchos millones de cuervos negros que veamos nunca podremos afirmar que "todos los cuervos son negros". En cambio si encontramos un solo cuervo que no sea negro, si podremos afirmar "No todos los cuervos son negros". Por esa razón Popper introduce como criterio de demarcación científica el falsacionismo.

Popper en realidad rechaza el verificacionismo como método de validación de teorías. La tesis central de Popper es que no puede haber enunciados científicos últimos, es decir, que no puedan ser contrastados o refutados a partir de la experiencia. La experiencia sigue siendo el método distintivo que caracteriza a la ciencia empírica y la distingue de otros sistemas teóricos.

Para Popper la racionalidad científica no requiere de puntos de partida incuestionables, pues no los hay. El asunto es cuestión de método. Aunque la ciencia es inductiva, en primera instancia, el aspecto más importante es la parte deductiva. La ciencia se caracteriza por ser racional, y la racionalidad reside en el proceso por el cual sometemos a la crítica y reemplazamos nuestras creencias. Frente al problema de la inducción Popper propone una serie de reglas metodológicas que nos permiten decidir cuándo debemos rechazar una hipótesis.

Popper propone un método científico de conjetura por el cual se deducen las consecuencias observables y se ponen a prueba. Si falla la consecuencia, la hipótesis queda refutada y debe entonces rechazarse. En caso contrario, si todo es comprobado, se repite el proceso considerando otras consecuencias deducibles. Cuando una hipótesis ha sobrevivido a diversos intentos de refutación se dice que está corroborada, pero esto no nos permite afirmar que ha quedado confirmada definitivamente, sino sólo provisionalmente, por la evidencia empírica.

El método falsacionista [editar]

Para los falsacionistas el científico es un artista en tanto que debe proponer audazmente una teoría que luego será sometida a rigurosos experimentos y observaciones. El avance en la ciencia está en falsar sucesivas teorías para así, sabiendo lo que no es, poder acercarse cada vez más a lo que es.

Las hipótesis que proponen los falsacionistas deben ser falsables. Esto significa que deben ser suceptibles de ser falsadas. Para cumplir con esta condición, las hipótesis deben ser lo más generales posible y lo más claras y precisas posible. Una hipótesis no falsable sería "Mañana tal vez llueva", ya que en ningún caso se puede falsar.

Una hipótesis falseable sería "el planeta Mercurio gira en una órbita". Una hipótesis más general y por lo tanto más falsable sería "todos los planetas giran en una órbita". Y una hipótesis más precisa y por lo tanto también más falsable sería "todos los planetas giran en una órbita elíptica".

Los falsacionistas siempre prefieren las hipótesis o teorías que sean más falseables, es decir más suceptibles de ser demostrada su falsedad, mientras que no hayan sido ya falsadas. Así la ciencia progresaría a base de ensayo y error.

El falsacionismo se apoya en el Método hipotético deductivo

viernes, 24 de noviembre de 2006

muerte de un angel

Rating:★★★★
Category:Movies
Genre: Mystery & Suspense
samuel l jackson voló sobre el nido del cuco

insomnio

Rating:★★★
Category:Movies
Genre: Mystery & Suspense
al pacino y robbin williams..

la dalia negra

Rating:★★★★★
Category:Movies
Genre: Mystery & Suspense
buenísima!

la culpa

Rating:★★
Category:Movies
Genre: Horror
es entretenida pero tan desagradable que felicito a quien llegue al final..joder, chicho..Ibañez Serrador.
pasable

el tigre y la luna

Rating:★★★★
Category:Movies
Genre: Romance

es entretenida y la recomiendo..es positiva, romántica, y un cuento bien bonito..peroo..para mi gusto, aunque manu y pere no esten de acuerdo, le falta 30 segundos donde el protagonista en algun momento se exprese consciente de donde esta, y para mis se sobra con la escena del campo de minas, quizás dentro de unos años parezca más divertida..me parece que le falta el punto que le dió el oscar a la vida es bella,y bla bla..
...josus..se acabó la crítica..vedla!

miércoles, 8 de noviembre de 2006

VIAJES CON IMAGINACIÓN - vive tu propia aventura

http://www.viajesconimaginacion.com/

pi10k - Converting the first 10,000 digits of pi into a musical sequence

http://www.avoision.com/experiments/pi10k/pi10k.html

Cirque du Soleil

http://www.cirquedusoleil.com/CirqueDuSoleil/es/default.htm
Erase una vez una tía bruta que me rompió un anillo solo por chocarme la mano

Giorgio Armani

http://www.giorgioarmani.com/index.jsp?site=AH&movieSession=AH_philosophy.swf&language=en&audio=acceso
si aún no lo sabes..(estoy decorando mi cuarto)..

Giorgio Armani

http://www.giorgioarmani.com/
si no sabes que regalarme....

Associated Press: Hurricanes 2006

http://hosted.ap.org/specials/interactives/_national/hurricanes/index_categories.html
simulacón de un huracán..aportación d pere

Vaughan Radio 101.0 FM

http://www.vaughanradio.com/reproductorclover.htm#
es perfecto para practicar ingles, radio en directo de profes con estudiantes

Drogheda Tourism ::

http://www.drogheda-tourism.com/
Drogheda es una bella ciudad de 40.000 habitantes situada al este de Irlanda a unos 6 kms. del mar. Natural de Drogheda es su propietaria,Noeleen Duffy. maravillosa

Margate Language Centre: English language school for adults in England

http://www.mlcengland.com/
un sitio joconudo para pasar el verano..lasfamilias no son tan buenas como se cuenta pero lo hace más entretenido..

precious time




otoño05 en barna




descubrimiento:quedadas para ver estrellas-


todos los cuartos crecientes en etxebarria..(en cuartos menguntes no van xq salen muy tarde y hay que madrugar...) hay que ir con forro polar..se aprende un monton y no hay compomiso de quedarse!!


05-london




El hombre SI llegó a la luna


Dejó algunas cosas como un espejo; señalando con un laser cada año se demuestra los centrímetros que se alejan la luna de la tierra por el efecto de las mareas sólidas..
Algunos añaden que un robot podría haberlo llevado..
En efecto un robot estuvo allí para recoger muestras pero sólo cogió 200 gr de piedra a diferencia de los 300 kilos aprox. que cogió el hombre..las piedras se parecen tanto que no se sabe qué pensar...y tampoco es exactamente una prueba firme (al menos para mí).
La asociación asotronómica insiste en creer que NO es una leyenda que el hombre pisase la luna, incluso al carecer de atmósfera es posible que las huellas de su parada perduren sobre la superficie lunar..
La razón para no volver a ir es el coste elevado de la empresa, pero actualmente China está tratando de ser el siguiente en llegar.

...If you believed they put a man on the moon, man on the moon.

If you believe there's nothing up their sleeve, then nothing is cool.....





-STOCKH-

Start:     Dec 26, '06 10:00p

Suka




Oslo




jueves, 19 de octubre de 2006

V&A - Leonardo da Vinci: Animated Illustrations - Summary

http://www.vam.ac.uk/vastatic/microsites/1384_leonardo/animated_illustrations/view/?movie=summary

V&A - Leonardo da Vinci: Animated Illustrations - Planned Church

http://www.vam.ac.uk/vastatic/microsites/1384_leonardo/animated_illustrations/view/?movie=church

V&A - Leonardo da Vinci: Animated Illustrations - Rays of Light

http://www.vam.ac.uk/vastatic/microsites/1384_leonardo/animated_illustrations/view/?movie=light

Soda Museum, LLC - The Coca-Cola Recipe - Coca-Cola, Pepsi, other Soda Pop Collectibles..pere

http://www.sodamuseum.bigstep.com/generic.jhtml?pid=10

V&A - Leonardo da Vinci: Animated Illustrations - Vitruvian Man- pere´s link

http://www.vam.ac.uk/vastatic/microsites/1384_leonardo/animated_illustrations/view/?movie=vitruvian_man

Selva de Irati




Saint-jean-de-luz (+vecino)