martes, 22 de febrero de 2011

"En los tiempos sombríos, ¿se cantará también?. También se cantará sobre los tiempos sombríos."

"La naturaleza tiene perfecciones para demostrar que es imagen de Dios e imperfecciones para probar que sólo es una imagen.

Como daba besos lentos, duraban más sus amores.

¿Y si las hormigas fuesen ya los marcianos establecidos en la Tierra?

En cada día amanece todo el tiempo.

Eso de creer que el loro no sabe lo que dice es no querer ofender, pero el loro nos mira cuando nos insulta.

Donde una vez estuvo el límite de la ciencia ahora está en el centro

Los malos escritores son los que intentan expresar sus débiles ideas en el lenguaje de los buenos.

Nada revela mejor el carácter de un hombre que una broma tomada a mal.

"¿Acaso no debe uno llevar hasta el final las riendas de su propia existencia?"

"A veces la gente es feísima y aún así te manda y te grita como si nada"

"Salta del tejado y aplasta mis flores, estaré contigo cada vez que te acerques a lo que eres, seas lo que seas"

Ulises/Javier Salvago

ULISES

Como cuando, de niño, volvía al internado tras el sueño feliz y libre del verano, se despierta cansado, de mal humor, con ese viejo regusto a estafa. Desayuna y enciende, entre molestas toses, el primer cigarrillo —le hace daño, lo sabe, lo tiene prohibido, pero se dice de algo hay que morir—. Qué importa un poco de veneno más, si la vida es corta, por mucho que se estire, y está ya envenenada. La vida, este inútil trabajo, esta batalla a muerte y sin descanso, que le obliga a lanzarse un día más, sin ganas ni ilusión, a la calle. Ante sí, otra mañana, calcada, repetida, agobiante y penosa como una cuesta arriba, que hay que salvar. Lo mira con desdén la portera. Un vecino lo esquiva..., mejor. Mientras espera el autobús o un taxi, le asalta la pregunta de siempre, inevitable: «¿qué hago aquí?». Sin duda, nada, o apenas nada que merezca el esfuerzo. —Por momentos, envidia esa paz de los muertos.— Se eterniza el camino en múltiples atascos que son como la imagen a escala del gran caos de este final de siglo, febril y cambalache, que oculta sus miserias con elegantes trajes y juguetes de lujo. Con fingido entusiasmo, lo recibe un colega al llegar al despacho. Se acomoda y reanuda el trabajo pendiente. «A las doce —le anuncian— reunión con el jefe.» Redactar un proyecto, escribir unas cuñas para un nuevo producto de belleza, que nunca podrá lograr que nadie sea más bello por dentro ni más feliz, por más que nos prometa sueños. El tedio de mentir, el asco de saberse cómplice de este burdo rey Midas que convierte en mercancía todo lo que tocan sus manos. Mas el banco no espera —se cobra lo prestado, con usura y con creces—. La trampa es tan grosera que sueña echarse al monte, pero ya no es quien era. Consulta su reloj. Entre una cosa y otra —reuniones, proyectos— va llegando la hora de comer. Se despide hasta luego. En un chino, ante un plato de arroz tres delicias refrito y una ensalada china, le sigue dando vueltas al tema de la vida malgastada. Comprueba, al apurar su taza de té, que es el segundo paquete el que estrena. Total, la vida es humo. Le queda tiempo aún para estirar las piernas antes de proseguir. Un canto de sirenas lo llama desde un cutre salón recreativo y entra al trapo, sabiendo de sobra que es un timo. Sólo para tentar su suerte o sentir algo, un poco de emoción, como quien bebe un trago, se deja seducir por una tragaperras que, al cabo, le confirma que todo es una mierda. En fin, otra razón de más, otro motivo para pensar en serio en un remate digno, pero la vida, astuta, sabe jugar sus cartas; hacerle eso a su hijo sería una putada. Hay que seguir. La tarde no ofrece nada nuevo: proyectos, reuniones... En resumen, el tedio de mentir, de saberse cómplice del mercado, Polifemo insaciable que nos va devorando. Sobre las nueve cierra su ordenador. Acaba, hoy como ayer, un día idéntico a mañana. Opta por desandar, paseando, el camino de regreso. La noche lo tienta con sus brillos, con sus archisabidas promesas, que desoye porque, por experiencia, sabe ya lo que esconden. Una atractiva joven se le acerca y le pide fuego... Quizás podría..., pero no se decide a dar el paso. No, no está para esos juegos que exigen entusiasmo, dedicación y un cierto grado de confianza en uno y en su hombría —bastante quebrantada, sin moral, distraída con otras obsesiones—. Cruza el centro, rumiando, en soledad ruidosa, lo absurdo de su estado. Mientras la juventud, en los bares de moda, se agita y bulle, pasa pensando en otra época, en noches de aventura y deseo, interminables; sabía allí la vida a lo que ya no sabe. Ensimismado y lejos de todo, con su exilio interior, llega a casa, cansado. Ya su hijo duerme. Le deja un beso en la frente y se queda a su lado un instante. En el salón, lo espera su mujer. Se saludan con frialdad. —Su rostro presagia la tormenta; se masca mar de fondo.— Sin apartar los ojos de su labor, pregunta, seca: «¿Qué has hecho hoy?» En la tele se anuncia la panacea de todos los males. Le responde: «Trabajar.» Ella dice que eso ya lo supone, «pero ¿en qué?». Demasiado... ¿Cómo contar la nada, el tedio, la rutina, la relación forzada, forzosa?... «¿No comprendes que me paso los días sola, que necesito que llegues y me digas que existo y que te importo?... Estoy sola, ¿lo entiendes?» Lo entiende, pero ¿y ella? ¿Comprende que la gente no acompaña?... Se lanzan mutuamente reproches, como dos enemigos defienden posiciones encontradas, se dicen lo que tal vez no sienten, sólo por humillarse, sólo por defenderse. Sin control, la tormenta va subiendo de tono, gritan, se desesperan, se amenazan... Y todo ¿por qué?, se lo pregunta más tarde, cuando ella, llorando, se retira a la cama. ¿No era esto lo que esperaba todo el día, el momento de regresar a casa, a su isla, a su centro, olvidarse del mundo, de sus trampas y pompas, cerrar la puerta a todo, al menos unas horas? De mal humor, nervioso, enciende un cigarrillo, el último. Se lava los dientes, cierra grifos y cerrojos, se pone el pijama y se acuesta. Ella nota su roce y se da media vuelta. Bastaría decir perdona, mas ninguno de los dos quiere dar por perdido ese pulso —tendrían que sentirse culpables, para ello, y no hay culpables, sólo víctimas del enredo—. Como dos enemigos, con sus dos soledades de espaldas, se vigilan por si acaso uno hace un gesto que propicie el encuentro, el abrazo, la paz que ambos desean..., pero esperan en vano. Lo que llega es el sueño, como una dulce tregua de libertad, el sueño, la muerte por entregas.

Begoñas Zabala- Mundaka

El laberinto de las ausencias






Escribo y borro, escribo y borro, escribo y borro.




Hasta aquí había dos páginas y ha quedado sólo una hoja en blanco.






A lo mejor es lo único que podré hacer hoy. Borrar y escribir, escribir y borrar.






Está subiendo la marea. 






Hay un revoloteo de gaviotas agitadas, probablemente fisgando desde las alturas algún banco de sardinas. Siento el latido acelerado de su corazón, golpeando el aire que me envuelve, diciendo con su volar que me atreva a danzar con ellas sin perder altura, y desde allí quizás escuchar las voces sumergidas en el vientre de las olas. Voces, imposible de acallar.






También oigo el zumbido de las zapatillas de recreo destrozando el silencio del atardecer, volando sobre el agua, yendo a ninguna parte, prepotentes e insustanciales. 






Echo de menos a quienes siempre echo de menos cuando estoy aquí, en Mundaka, en la fortaleza de los sueños, en mi casa-trampa que abraza y asfixia, cumbre y abismo que me habita mucho más que la habito, y que respira a duras penas, herida de muerte en sus cimientos. Una lenta agonía difícil de soportar. Y si pudieran las piedras hablar, dirían seguramente que prefieren hundirse en lo más profundo de la tierra mirando Ízaro, que abrigar en su seno codicias y desamores, que dejar de escuchar la algarabía, los gritos frescos, la risa , el dormir apacible y confiado de sus niños, cuando están y cuando no están. 










Faltan los que se fueron demasiado pronto, y se atrevieron a soñar. Faltan, me faltan los expulsados del paraíso; los inalcanzables, los inocentes. Los olvidados y a los que se pretende olvidar. Los que no quieren volver más. Los que todo dan y nada toman. 


Mis amores se han quedado enganchados de la enredadera de la pérgola, de los geranios, de la hierba, y de la hiedra que en otoño se viste de rojo sangre. Del sauce llorón, y de las tejas y de los ventanales. Y de las rosas de mi madre, y de la vieja máquina de escribir de mi padre. De sus 3.000 páginas de Memorias, las de su vida, escritas en Euskera, su lengua. O del esqueleto del columpio. El columpio de los sueños ultrajados.






Siento que de todos ellos está hecho el laberinto de las ausencias, cuando desde la terraza de las gaviotas me envuelve la luz negra del Atlántico. 




ITXAS BEGIRA O MIRANDO AL MAR. Por Nelson Villagra*

ITXAS BEGIRA O MIRANDO AL MAR. Por Nelson Villagra*

A propósito de un hombre vasco – Iñaki –, de mi mujer, y la fuerza de su paisaje, Euskadi para mí siempre tendrá resonancias entrañables. Además, cada vez que llego a Itxas Begira [Mirando al Mar] - el nombre de su casa en Mundaka -, inevitablemente recuerdo que esta casa, primero fue un sueño de infancia que aparentemente como en los cuentos infantiles un hada madrina convirtió en realidad. Pero no. Sucede que Iñaki supo ensamblar la suerte, el talento y su voluntad - ¿se necesitan las tres cosas? - para hacer realidad uno de sus sueños.

Contar la vida de este querido soñador, excelente escritor que aprendiera a escribir en la cárcel, mientras estuvo sentenciado a muerte durante la guerra civil española, y que por azar tuvo que hacerse empresario sufriendo los altos y bajos propios de su actividad - triunfador sin embargo -, contar su vida digo, no es posible en una crónica. ¿Qué vida puede contarse en unas cuantas páginas? Mi propio amigo intentó hacerlo en sus memorias de más de mil páginas, pero con ello no hizo otra cosa que ratificar que la vida de cada uno de nosotros solamente queda contada, y de mil maneras, en nuestras acciones y en quienes nos conocieron, para bien o para mal.

De modo que me limito a contar esta vez que mi entrañable amigo Iñaki cuando niño, hijo de un humilde campesino [aldeano se dice aquí], ayudaba a su padre todos los años a podar el huerto del señor, que años más tarde sería de su propiedad, construyendo allí el sueño de su infancia:

-Cuando sea mayor, en ese huerto construiré una casa para mis padres.

¡Y qué casa! Itxas Begira es un gran caserío vasco, con una vista privilegiada sobre el golfo de Vizcaya. Cómo no, si el lugar fue elegido pacientemente durante años. Más que de piedra, la casa pareciera estar construida de peñascos. Peñas del monte y maderas traídas de Guinea se juntaron para darle solidez a uno de los sueños de Iñaki. E insisto “uno” de sus sueños, porque tuvo varios y gran parte de ellos se cumplieron.

Según cuenta la historia económica de Euskadi y sobre todo la historia oral “en vivo y en directo”, la fortaleza que hoy muestra su economía – a pesar de su problema nacional no resuelto - está muy lejos de ser lo que fue, digamos, 60 años atrás. Aunque Bizkaia desde antiguo tuvo gente con mucho dinero, aquí literalmente sesenta años atrás, hubo sectores que tuvieron que cocinar las cáscaras de patatas. Tengo entendido que en toda la península. Y cuando mi amigo Iñaki pudo volver a este país [Euskadi] en la década del 60, luego de años de extrañamiento en los alrededores de Salamanca, e instaló su industria de m℮tales, requirió de un coraje que no saben o no supieron apreciar los que solamente han conocido la época de las vacas gordas.
 

Iñaki es el ejemplo típico del “hombre hecho por sí mismo”. Se hizo a la mar con 14 años, y sirviendo de “txo” en un barco carguero durante años, luego marinero de submarino durante parte de la guerra civil española [esquivando las bombas de profundidad, sumergido durante desesperadas 14 horas], en fin - sus peripecias de vida o muerte son innumerables -, con menos de 30 años, libre de la cárcel, tomó el puesto de gerente-administrador de una mina de wolframio – mineral estratégico durante la segunda guerra mundial – e hizo crecer las faenas de 50 trabajadores a 1.200 en 3 años. El capitán del barco “Arizmendi” había tenido buen ojo para llevarse a la mina de Barruecopardo a quien había sido el chico “avispado” que servía a la mesa de los oficiales.
Haber conocido a Iñaki, entre 1987 y 1996 – año este último el de su muerte - ha sido uno de los grandes privilegios que me ha otorgado la vida. Y de él recibí tales lecciones de “mundología” – como él gustaba decir -, que tuve que recapacitar sobre la percepción latinoamericana que yo tenía de los empresarios. Y esto, aclarando que jamás mi amigo ni siquiera tocó el tema. Simplemente lo vi trabajar, incansablemente.
 

Cuando le conocí, este “hombre de empresa” había triunfado, sucumbido y vuelto a triunfar muchas veces. Pero por primera vez conocía de cerca un hombre que al igual que un artista gozaba creando fuentes de trabajo o asegurando las ya conseguidas. Por primera vez conocía a un empresario que prefería perder dinero antes de despedir a personas que le habían ayudado a hacer su fortuna y que necesitaban el trabajo. Por primera vez conocí a un hombre de negocios que gozaba con el proceso de un negocio más que con el triunfante resultado final. Además Iñaki lo daba todo por su familia. Finalmente, conocí a un vasco, así de sencillo.
 
¡Qué distinta realidad la de este empresario vasco, con otros empresarios también de apellido vasco que emigraron a América Latina – la gran mayoría se hicieron empresarios allí - en busca de mejor vida, quienes se “latinoamericanizaron” tanto que alguien – generalizando, obviamente - les ha puesto el mote de chupasangres! Aquí en Europa en 60 años, empresarios seguramente como Iñaki, junto a los trabajadores vascos, de cocinar cáscaras de patatas, levantaron este país para envidia del resto de las comunidades españolas, excepción hecha de los catalanes. Las relaciones capital-trabajo aquí no son perfectas – ¡conocemos el capitalismo hace ya más de 500 años! - ni Bizkaia es el paraíso, pero aquí no se viven las odiosas diferencias sociales del subdesarrollo latinoamericano, en donde contando con mayores riquezas naturales, luego de casi 200 años de independencia la distancia entre ricos y pobres no ha cesado de aumentar. Es el estigma que nos avergüenza y nos disminuye ante la mirada europea.

En los círculos de poder de Latinoamérica un empresario como Iñaki habría sido tildado de marxista, anarquista, cuarta columna, de apóstata, y hoy día, tal vez de terrorista [como ha habido casos]. Y no porque mi amigo fuese un empresario revolucionario [sic], sino simplemente porque cada vez que sacando las cuentas, percibía que era posible pagar a sus empleados más que lo que la ley indicaba, lo hacía. ¡Y haciendo eso, él no dejaba de percibir ganancias sustanciosas! De manera que sin que hiciera jamás un discurso, su acción me corroboró que efectivamente otro mundo mejor es posible, cuando de verdad existe la voluntad política.

Recorrer Itxas Begira – una de las casas de Iñaki - o habitarla es vivir una novela. Una novela en la cual la ausencia de sus personajes principales Iñaki y su amada esposa Miren, me hace recordar aquella otra de Daphne Du Maurier “Rebeca”, en la cual la protagonista, estando ausente consigue su presencia inmanente durante toda la obra.
 

Porque además Iñaki es un personaje inolvidable. Quienes le conocieron, hijos, parientes, amistades, no sólo recuerdan su generosidad de antología, sino sobre todo su carácter jovial, su voluntad tan perseverante y llena de optimismo, incluso en noches cuando por su frente corrieron gotas de sudor y lágrimas de sus ojos porque no sabía cómo pagaría la nómina de sus trabajadores el día viernes.

Tengo una deuda con Iñaki: publicar sus Memorias [1912-1996]. Siempre le dije en vida que sus memorias superaban con creces el género porque en realidad son una autobiografía novelada tan llena de aventuras, de historia económica y política, sin proponérselo; de descripciones tan acertadas de personajes, de puertos tan dispares como Liverpool y Buenos Aires; de sabiduría y lecciones de “mundología”, que, en fin, sus memorias no desmerecerían ante autores clásicos como Gorki o cualquiera de los grandes escritores.

Desde la terraza de Itxas Begira miro en este momento el paisaje hacia mi derecha, al fondo, en donde una cadena de montes que juega infinitamente con los matices de verde termina en el gran peñón de Ogoño sobre el mar, y hacia la izquierda, enfrente de ese gran acantilado, la isla de Ízaro, roca tendida cual un gran lagarto que sugiere un vértice casi perfecto con Ogoño. Más adelante y al costado derecho, en la boca misma de la Ría de Mundaka, como en un primer plano, está la antigua ermita de Santa Catalina que le presta un aire romántico al paisaje, y finalmente allá atrás, más lejos, sobre la cúspide misma de un alto monte tan cerrado de vegetación que recuerda un brócoli, se divisa difusamente la ermita de San Pedro de Atxerre. Ante esa visión imagino a un chaval, Iñaki, sentado sobre la ladera opuesta a espaldas de Itxas Begira, en el caserío de Berastegui en 1914, viendo a su padre podar el huerto del señor, allá, más abajo, en donde yo estoy ahora:

-Cuando sea mayor, en ese huerto construiré una casa para mis padres.

Intentando un ejercicio actoral pretendo mirar este paisaje con los ojos infantiles de Iñaki, y aunque debo borrar varios edificios que cuelgan en los montes de allá lejos, enfrente, no me es posible lograr el efecto porque aquí más cerca a unos 500 metros, ya no son botes de pescadores los que pasan por esta especie de bahía, sino raudas y numerosas lanchas y algunos pequeños yates que aún conservan cierta sobriedad bizcaina.

Fracasado el ejercicio me remito a sus memorias escritas [hasta el momento soy el único que ha leído sus 1.200 páginas], y vuelvo a la noble villa de Mundaka, existente ya en el S. XI, rememorando la burra en que se repartía la leche, o al canónigo de cierto pueblito aragonés, amigo de mi amigo, que contaba seriamente que un águila le había enganchado con sus garras dándole un paseo por el pueblo, y en fin, tantas páginas del mejor costumbrismo literario; rememoro a Iñaki que con 8 años bajaba el monte cargando un canasto de verduras para negociarlo en la Feria de Bermeo:

-“Ia Iñakitxu, zembat parru honengatik?” [A ver, Iñakitxu, qué precio me vas a cobrar por esos puerros].

-“Plazako anenak andrea, eta zuretzat hoberenak!” [El mejor de la plaza, señora, y para usted los mejores]...
 

Nada, que es imposible dar cuenta de la querida imagen de Iñaki Zabala Aierbe en una crónica. Es imposible aprehender la calidad humana de quien fue testigo infantil de la primera guerra mundial y participante activo en la segunda. No es fácil hablar de quien hubo de buscar desesperadamente a sus padres por el monte, entremedio del gentío y sus ganados, arrancando del trágico bombardeo de Gernika, él mismo, testigo presencial de tan horrendo crimen. Es difícil hablar de Iñaki, quien - condenado a muerte - dejó en la cárcel de Cartagena varias partidas de ajedrez inconclusas porque sus contrincantes eran llamados primero que él al paredón de fusilamiento.
 

¿Pero pueden creer ustedes que este hombre fue salvado de la pena de muerte, en gran parte porque a la amante del Alcaide le gustaban mucho las comidas que en la cárcel aprendió a preparar Iñaki [Iñakitxu], de las cuales se beneficiaba la pícara concubina?

Desde el fondo de mis sentimientos una voz me dice que mientras exista el peñón de Ogoño e Ízaro, miraré por los ojos de Iñaki, e intentaré ver a través de sus sueños, porque seguramente alentará con su optimismo los míos.

*
 Nelson Villagra, reside en Montréal, P.Q.

25/07/07


Gracias Tío.

Pero en la fría noche

Pero en la fría noche

Pero ya sólo el hielo, en la fría noche, agrupaba
los cuerpos blanquecinos en el bosque de alisos.
Semidespiertos, escuchaban de noche, no susurros de amor
sino, aislados y pálidos, el aullar de los perros helados.

Ella se apartó por la noche el pelo de la frente, y se esforzó
por sonreír,
él miró, respirando hondo, mudo, hacia el deslucido cielo.
Y por las noches miraban al suelo cuando sobre ellos
infinitos pájaros de gran tamaño en bandadas procedentes
del Sur se arremolinaban, excitado bullicio.

Sobre ellos cayó una lluvia negra.

(1926, del Libro de lectura para los habitantes de las ciudades)

(1926, del Libro de lectura

para los habitantes de las ciudades)

 

Cuatro invitaciones a un hombre

llegadas desde distintos sitios

en tiempos distintos

 

 

1

Ésta es tu casa.

Puedes poner aquí tus cosas.

Coloca los muebles a tu gusto.

Pide lo que necesites.

Ahí está la llave. Quédate aquí.

 

 

 

2

Éste es el aposento para todos nosotros.

Para ti hay un cuarto con una cama.

Puedes echarnos una mano en los campos.

Tendrás tu propio plato.

Quédate con nosotros.

 

3

Aquí puedes dormir.

La cama aún está fresca,

sólo la ocupó un hombre.

Si eres delicado,

enjuaga la cuchara de estaño en ese cubo

y quedará como nueva.

Quédate confiado con nosotros.

 

4

Éste es el cuarto.

Date prisa; si quieres, puedes quedarte

toda la noche, pero se paga aparte.

Yo no te molestaré

y, además, no estoy enferma.

Aquí estás tan a salvo como en cualquier otro sitio.

Puedes quedarte aquí, por lo tanto.

IF

IF you can keep your head when all about you 
Are losing theirs and blaming it on you,
If you can trust yourself when all men doubt you,
But make allowance for their doubting too;
If you can wait and not be tired by waiting,
Or being lied about, don't deal in lies,
Or being hated, don't give way to hating,
And yet don't look too good, nor talk too wise:

If you can dream - and not make dreams your master;
If you can think - and not make thoughts your aim;
If you can meet with Triumph and Disaster
And treat those two impostors just the same;
If you can bear to hear the truth you've spoken
Twisted by knaves to make a trap for fools,
Or watch the things you gave your life to, broken,
And stoop and build 'em up with worn-out tools:

If you can make one heap of all your winnings 
And risk it on one turn of pitch-and-toss,
And lose, and start again at your beginnings
And never breathe a word about your loss;
If you can force your heart and nerve and sinew
To serve your turn long after they are gone,
And so hold on when there is nothing in you
Except the Will which says to them: 'Hold on!'

If you can talk with crowds and keep your virtue,
' Or walk with Kings - nor lose the common touch,
if neither foes nor loving friends can hurt you,
If all men count with you, but none too much;
If you can fill the unforgiving minute
With sixty seconds' worth of distance run,
Yours is the Earth and everything that's in it,
And - which is more - you'll be a Man, my son!